sábado, 2 de febrero de 2008

Inconsciente


Abrió los ojos y se dio cuenta que ya no estaba en casa. Miró alrededor, buscando algo que pudiese reconocer, pero todo se perdía en una espesa y desconcertante niebla. Se incorporó, se fregó los ojos y la vista comenzó a aclararse. Una luz tenue se infiltraba por un pequeño agujero en la ventana, un viento frío lo rodeaba, y el aire que respiraba, salía de su boca, para luego subir y desaparecer en la espiral del techo. Aquellas imágenes y sensaciones que experimentaba en el momento, le recordaron a un sueño que había tenido en la infancia, en el que él estaba atrapado en una habitación similar y no lograba salir. No pudo explicarse por qué este hecho volvía a su memoria. Tosió, y como si alguna fuerza superior lo hubiera tocado con su gracia, comprendió que este lugar no existía físicamente, sino que era un rincón olvidado en su mente. No valía explorar lo inexplorable ni intentar aclarar lo confuso. No valía la pena buscar respuestas. Sabía que la única solución era despertar, pero ¿cómo puede uno despertarse a sí mismo?
Respiró profundo, cerró los ojos, y repitió con furia, para sus adentros “1,2,3, ¡despertate!”. No sucedió absolutamente nada; cuando volvió a abrir sus ojos, aún seguía allí. Atrapado, solo y confundido dentro suyo. Algo en sí comenzó a desesperar, pero la noche esconde vacías emociones, ahoga gritos secos y entierra verdades únicas. Una vez en la calma, su poder de entendimiento volvió a iluminarse, otra vez impulsado por algún ente de naturaleza divina. Para salir, debía pensar dentro del pensamiento, gritar en el grito, mirar desde el ojo. Esa era la solución, todo encajaría perfectamente. Entonces, pensó en un alarido, se vio a sí mismo y como de un golpe despertó...
En una camilla alguien sostenía su mano, el ruido de pasos apurados lo aturdía, una lámpara a punto de consumirse titilaba eternamente, su boca estaba seca, sus manos ásperas, rozaban las ajenas, y sus párpados pesaban, como si llevasen años cerrados.